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¿Por fin Cali sabrá lo que tiene? Colección Museo La Tertulia
En 1997 el diario El País publicó una nota sobre la realización de un inventario de los bienes patrimoniales con valor histórico, cultural o científico de Santiago de Cali. Se calculaban 12 mil objetos distribuidos en 85 entidades que debían ser inventariados y catalogados con el objetivo de conservar y preservar dicho material. Se desconoce si el proyecto, liderado por el Taller de Restauración del Museo La Tertulia, terminó de manera satisfactoria, pero hoy, en 2018 la pregunta se mantiene, ¿Por fin Cali sabrá lo que tiene?
Cerca de 20 años después, la repetición de la pregunta tiene un carácter a la vez irónico y trágico. El patrimonio cultural sigue sin tener el apoyo que requiere, y todavía las instituciones culturales tienen que acudir a mil recursos para cumplir su misión. Pero, quizás más grave aún, todavía carece de la apropiación pública que sería necesaria para que sea la población misma la que defienda su cuidado. Si bien la mayoría de caleños conocen La Tertulia, todavía son muchísimos los que nunca han entrado o reconocen como suya la Colección.
El Museo La Tertulia culmina este año un meticuloso trabajo de inventario y catalogación de la Colección. Es un punto importante de una labor de más de una década, desde que el Museo comenzó a resurgir después de la profunda crisis que vivió en el cambio de milenio. Ese vache de la institución, que era paralelo al difícil momento que vivía la ciudad, ha sido uno más de los retos que ha sobrellevado el Museo, en este caso gracias al trabajo decidido de las directoras en esta nueva etapa, al apoyo de múltiples instituciones públicas y privadas, de los artistas y demás interesados en la actividad cultural.
Sin embargo, ni en el siglo XX ni el XXI, se ha conseguido la solidez necesaria para un proyecto de esta envergadura y responsabilidad. Tanto instituciones como individuos parecen reconocer la importancia del Museo para la ciudad, pero éste nunca ha salido de la precariedad económica.
Es un destino similar al que han vivido los demás museos latinoamericanos, que viven en un mundo intermedio entre el del apoyo público europeo y el sostenimiento privado norteamericano, y en cuyas historias se puede leer un vaivén análogo: de grandes momentos, ya sea por la subida de alguna empresa privada o proyecto político particular, y dolorosas caídas, cuando esas empresas o proyectos entraron en crisis.
Darle a Cali un Museo
La desviación de las aguas del río Cali creó el espacio para la construcción de un Museo, y donde antes se encontraba el Charco del Burro, un balneario popular frecuentado por los caleños, hoy tenemos el complejo cultural más importante de la región. Con la inauguración, hace 50 años, del Museo La Tertulia, Cali se convertía en ciudad: Una ciudad con inquietudes artísticas e intelectuales, según las aspiraciones de su fundadora.
Darle a Cali un Museo, una empresa a todas luces difícil, se lograba el 20 de junio de 1968, después de años de intenso trabajo en la consecución de materiales, recursos, apoyos estatales y con el aporte de muchos ciudadanos prestantes para la construcción del edificio diseñado por Manolo Lago, quien apostaba por una arquitectura imponente y clásica, que con su columnata evocaba un templo griego. Era el primer museo de arte moderno en Colombia que contaba con una sede que se había construido exclusivamente para su funcionamiento.
El Museo hizo parte de la infraestructura moderna con la que se transformó Cali, que tuvo su momento de visibilidad nacional e internacional con los Juegos Panamericanos de 1971, tema que trabajamos en la exposición Cali 71, ciudad de América. El Museo se sumó al evento de ciudad con la Bienal Americana de Artes Gráficas, de gran éxito de convocatoria tanto de artistas internacionales como de público, consiguiendo lo que se habían propuesto: situar tanto al Museo como a la ciudad en el mapa continental.
A pesar de contar con una actividad continua, de múltiples exposiciones nacionales e internacionales, del crecimiento de la Colección, y de que la Bienal (sin poder cumplir con la periodicidad que dictaba su nombre) consiguiera repetirse y hacer eco; casi una década después de construido, cuando en una entrevista para el periódico El Pueblo le preguntaron a la directora, ¿cómo se sostiene La Tertulia?, Maritza respondía: … vivimos prácticamente de la aventura […] Uno hace malabares, a lo que el periodista respondió: malabares que más bien son maravillas las que ha logrado realizar.
Malabares.
Todo tipo de creatividad y llamados a la solidaridad permanentes para seguir adelante con la premisa inicial de que Cali tuviera un templo del arte. Los ingresos y los aportes públicos y privados rara vez han sido suficientes para que el Museo funcione de manera constante según las necesidades de una institución de su tipo. Después de periodos estables, siempre han llegado momentos de crisis en los que se ha tenido que recurrir a las más diversas estrategias para salir a flote. Un acto de resistencia en este país donde la educación y la cultura se mantienen al final de la lista presupuestal año tras año y que lleva a un periodista a titular ante un difícil momento en 2009: La crisis debe ser reliquia de Museo.
Maravillas.
Una Colección de 1800 obras, compuesta de lo mejor del arte nacional y latinoamericano, con un porcentaje alto de obra gráfica que da cuenta de su lugar central durante el boom latinoamericano del dibujo y el grabado (y de los premios de las Bienales que consistían en la adquisición de las obras). Así como de su posición de incidencia en el devenir de la plástica nacional de varias generaciones, de la mano de Miguel González, uno de los curadores que marcó la práctica artística local, en particular de la entrada de las distintas vanguardias y rompimientos. Siempre atento a lo más radical y arriesgado, y muy consciente de las formas contemporáneas de actuar (en cada distinto momento), el curador abrió espacio para los mejores artistas locales y nacionales. Y, en agradecimiento, muchos de ellos donaron algunas de sus obras: a través de las mismas nos podemos aproximar a la historia de las exhibiciones del Museo, donde podemos seguir cómo las más diversas prácticas tuvieron lugar en la ciudad de Cali y entraron en diálogo con las sensibilidades y actitudes locales.
La venganza del río Cali.
Hacia las tres y media de la tarde de un domingo de julio de 1984, el río Cali se desbordaba después de un prolongado aguacero en los Farallones, destruyendo siete puentes peatonales, tres vehiculares y ocasionando el fallecimiento de una persona. La avalancha de agua llegó hasta las instalaciones del Museo La Tertulia, filtrándose por el piso y dañando considerablemente obras avaluadas en setenta millones de pesos. Algunas no se pudieron recuperar. Las fotografías del desastre son alarmantes, obras mojadas, semi destruidas, mobiliario y reservas afectadas; en una imagen se ve un guacal con la palabra “Minujín” en medio de los escombros, presumiblemente con esculturas que la artista argentina Marta Minujín había enviado para su próxima exposición en el Museo.
La venganza del río Cali, denominada así por muchos, ponía en jaque al Museo y la labor por años realizada por Maritza y Gloria Delgado, su perseverante compañera, quienes como en innumerables ocasiones, resistieron y clamaron un S.O.S al sector público y privado, el asunto no es solamente de un Museo, sino el patrimonio espiritual de los caleños, afirmaban. Esa vez fueron los artistas quienes con donaciones de sus obras para subastar ayudaron a que se superara en esta emergencia y el Museo se vio cobijado por parte de la población que atendió al llamado.
Me siento aburrida, porque es el trabajo de toda una vida (…) Aburrida pero furiosa, porque en Colombia vivimos al día. Aquí nada se evita ni se prevé: aquí todo nos llega y entonces así comenzamos a buscar soluciones. Y lo peor no es lo que ha pasado. Lo más grave es que se puede repetir y esto sí sería inimaginable.
El incendio del Museo Nacional de Brasil en Rio de Janeiro nos pone a todos en alerta: es realidad que todo puede perderse en un momento. El Museo La Tertulia está en un entorno geográfico espectacular, en el recodo del río, bajo la sombra del enorme samán, y bajo el peñasco de la montaña que suele ser un hermoso jardín. Sin embargo, allí están también una larga serie de peligros para el trabajo del Museo, en particular, para la conservación de las obras. Cuestiones que requieren un presupuesto constante, de gran capacidad de anticipación, de inversión técnica importante.
En el año 2011 el Museo La Tertulia estuvo en peligro de quedar sepultado por un alud de tierra, lodo y piedras proveniente de las montañas detrás del teatrino, la filtración de agua por las lluvias durante ese periodo, afectó además un importante archivo de papel que era guardado en el pequeño edificio taller de la parte de atrás. Se derrumba La Tertulia, decían. Entonces se tomaron medidas para proteger el suelo de las lluvias y evitar un desastre mayor. Sin embargo, a fines de 2017, otro derrumbe amenazó el Museo, y fue necesario recortar todo la vegetación que había sido minuciosamente cultivada para fijar una nueva estructura de seguridad que promete contener la tierra.
Si las paredes hablaran
Durante la década del setenta, Liliana Porter empezó a explorar las posibilidades del grabado en diferentes superficies. En 1983, en el marco de una exposición en el Museo, realizó un mural en la hoy Sala Maritza de Urdinola titulado Fin de viaje. Al preguntarle a la artista sobre la obra, ella recuerda: “me parece que el mural podría haberse pensado para que quedara permanentemente, aunque la mayoría de ese tipo de obra por ser expuesto en galerías resultaba obviamente de carácter transitorio”. El mural quedó oculto en la pared por más de 20 años, sólo existente a través de fotografías y en las historias de algunos trabajadores del Museo, que estuvieron durante su elaboración.
Esta obra singular de la historia del arte latinoamericano se devela en esta exposición, y funciona como metáfora de lo que proponemos. Detrás de las paredes del Museo se recoge toda una historia, que está en la memoria de quienes han trabajado aquí, en la de los visitantes, en la de los artistas, en los documentos, pero que está pendiente de ser apropiada de manera más activa por los ciudadanos.
Esta exposición no sucede sólo al interior del Museo, es un llamado a la comunidad, una forma de preguntarnos cómo hacerlo sostenible partiendo de la certeza de su carácter público y del diálogo comprometido que continúa entablando con la ciudad y su gente.
Reserva abierta no nace de una investigación curatorial, ni es el producto del guión de un autor, sino que ha sido realizada por todo el equipo del Museo. Surge en un momento de dificultad, cuando se propone salir del programa establecido, para el cual el financiamiento actual no es suficiente, y se decide, a múltiples manos, armar una propuesta que recurra a su patrimonio: la Colección, para ponerla a interpelar a la ciudad.
En este impreso recogemos una pequeña muestra de los cientos de recortes de prensa que archiva el Centro de Documentación y que revelan momentos de crisis que han transformado profundamente al Museo. Es a su vez una invitación al público a ser testigos de esta larga historia de malabares y maravillas, para que se acerque, conozca y se apropie del patrimonio cultural que resguarda el Museo La Tertulia.
Artistas
Jorge Acero, Pedro Alcántara, Ever Astudilo, Gracia Barrios, Alicia Barney, Adolfo Bernal, Feliza Bursztyn, Antonio Caro, Alexander Calder, Ricardo Gómez Campuzano, Chuck Close, Danilo Dueñas, Adrián Gaitán, Beatriz González, Nicolás González, Elias Heim, Gustavo Henao Zamora, Diego Hernández, Lorenzo Homar, Robert Indiana, Carlos Lersundy, Roy Lichtenstein, Jonier Marín, Marta Minujín, Oscar Muñoz, Edgar Negret, Rolando Peña, Liliana Porter, Jorge Reyes, Luis Roldán, Rosemberg Sandoval, Gustavo Zalamea.
Agradecimientos Especiales
Liliana Porter, Oscar Muñoz, Luís Roldán, Antonio Caro, Diego Hernández, Nicolas González, Gustavo Henao, Miguel González, Luz Dary Ocasal, Ervin Palomino, Mauricio Prieto, Lucho Correa – LIP, Laura Patiño, Diario El País, Telepacífico.
Curaduría
Adriana Castellanos Olmedo, Alejandro Martín Maldonado, Ximena Vásquez Velasco, Stephanie López Barona, Lina Saavedra de la Cruz y Pavel Andrés Vernaza Ortiz.